Como que hace tiempo que nadie lanza un dispositivo revolucionario, ¿no? Me refiero a esa clase de aparato que se instala en cualquier hogar o que la mayoría de la sociedad lleva encima, como el smartphone. Desde que Apple diese un golpe encima de la mesa con el primer iPhone, parece que sólo se construya sobre eso.
¿Cuánto falta para que venga una nueva Apple con un nuevo primer iPhone? Uno podría pensar que el teléfono inteligente va a durar para siempre, pero lo más probable es que una empresa reinvente el día de mañana las interfaces, probablemente con un apoyo ferviente de la inteligencia artificial.
Desde hace una década, los smartphones apenas han mejorado las prestaciones de lo que ya eran: procesan más rápido, tienen mejor conectividad y hacen mejores fotografías, entre otras cosas. Lo verdaderamente disruptivo se ha visto en el software: inteligencia artificial, realidad aumentada, servicios de comunicación en línea, videojuegos y millones de aplicaciones. Los ordenadores han padecido incluso más esta carencia de innovación en el hardware, dado que la verdadera innovación se ha visto en el resto de objetos.
Llegados a este punto, ¿cuál es la dirección? La guerra actual en el sector de la tecnología está en ver quien consigue acertar en la necesidad con servicios y más servicios. Ello, por supuesto, como parte de un todo, de un ecosistema que se retroalimente. Que, por un lado, fidelice al usuario y, por otro, mantenga abiertos todos los frentes posibles. Esto es algo en lo que precisamente Apple ha puesto empeño últimamente con iTunes, AppleCare, Apple Pay o su futuro servicio de vídeo en streaming.
Pero incluso las empresas de telecomunicaciones, los bancos y hasta las aseguradoras están en un proceso de transformación en el que el abanico de servicios digitales es prioritario. Modelos de suscripción como el que proponen Netflix o Spotify han rediseñado los modos de consumo, y ya no es tanto sobre cómo es el dispositivo desde el que se compran esos servicios, sino cuán buenos son estos últimos respecto al resto.
Los servicios digitales, a priori, son más asequibles para la mayoría de la sociedad y responden a necesidades que pueden ser puntuales, con lo cuál hay un pago por uso. En un contexto en el que la penetración del hardware es casi total en la población (y así lo aseveran las ventas estancadas de móviles y PC), tanto empresa como usuario quieren dar con el mejor servicio posible.
El Internet de las Cosas es el nuevo páramo: un adiós a la interfaz de usuario y una cálida bienvenida a los asistentes virtuales y a la tecnología cognitiva. En definitiva, software y servicios.