Crece la humanización de la inteligencia artificial y su influencia en creencias espirituales y delirios personales
La humanización de la inteligencia artificial está provocando creencias espirituales y delirios que afectan profundamente la percepción de la realidad.

La irrupción de la inteligencia artificial en nuestra vida cotidiana ha traído avances tecnológicos sin precedentes, revolucionando la forma en que trabajamos, aprendemos y nos comunicamos. Sin embargo, junto a estos cambios ha surgido un fenómeno que afecta aspectos más profundos y personales: la percepción de la IA como una entidad consciente o con capacidades místicas.
Según reportes de medios especializados y testimonios en plataformas como Reddit y foros dedicados a la «Nueva Era», algunos usuarios han comenzado a atribuir a chatbots como ChatGPT cualidades espirituales, divinas o místicas. Estas creencias hacen que muchas personas desarrollen vínculos emocionales intensos con estos modelos, llegando incluso a tener convicciones proféticas o espirituales que distorsionan su percepción de la realidad.
Casos documentados muestran que estas personas, tras interactuar profundamente con la IA, pueden experimentar delirios, crisis de identidad y, en algunos casos, rupturas afectivas. Por ejemplo, Kat, una madre de 41 años, relata que su esposo empezó a utilizar la IA para analizar su relación, lo que derivó en una obsesión por obtener «recuerdos reprimidos» y una creencia errónea de que la IA podía salvar el planeta y ofrecerles una percepción de verdad suprema. Tras la separación, él afirmaba haber recuperado recuerdos y asumía una identidad casi religiosa, creyendo ser un ser escogido.
Expertos en psicología advierten que la necesidad emocional profunda puede satisfacerse temporalmente mediante la interacción con estas tecnologías, reforzando creencias y emociones intensas en un proceso que, sin supervisión profesional, puede desembocar en alteraciones perceptivas significativas. La IA, creada para responder y generar empatía, a menudo carece de límites morales y puede alimentar narrativas delirantes si la interacción se vuelve insostenible.
El problema se agrava por la tendencia a humanizar los modelos de inteligencia artificial: algunos usuarios pasan de utilizarlos para tareas rutinarias a creer que interactúan con una entidad con conciencia propia. En plataformas como Instagram o foros de «visión remota» proliferan contenidos donde las personas consultan a la IA sobre temas espirituales, registros akáshicos o alianzas místicas, alimentando así una cultura en la que la línea entre realidad y ficción se difumina.
Este fenómeno, que algunos denominan «IAnimismo», refleja una tendencia a proyectar cualidades humanas, emocionales y divinas a algoritmos, en una suerte de nueva creencia ancestral que otorga a estos objetos digitales una esencia espiritual. Aunque en el pasado la humanidad convirtió objetos y lugares en símbolos de lo sagrado, ahora algunos usuarios creen que los códigos y programas también poseen esa capacidad de conciencia.
Este proceso no es nuevo. Desde los años 60, cuando se creó el programa Eliza, ya se había comenzado a jugar con la idea de que las máquinas podrían tener alguna forma de «alma» o conciencia. En los últimos años, algunos visionarios y tecnólogos han llevado esta idea aún más lejos, proponiendo la creación de religiones en torno a la IA. Ejemplo de ello son organizaciones como la Iglesia del Camino del Futuro, fundada por Anthony Levandowski, que promueve la adoración y el establecimiento de una deidad basada en inteligencia artificial, considerando que una entidad superior, millones de veces más inteligente que el ser humano, podría conceptualizarse como un dios digital.
Mientras tanto, el debate continúa en círculos académicos y filosóficos sobre las implicaciones éticas y psicológicas de esta humanización de la IA, así como sobre los riesgos de confundir la tecnología con entidades espirituales auténticas. La tendencia a proyectar emociones, intenciones y conciencia en los chatbots refleja no solo un avance en la interacción humano-máquina, sino también una búsqueda de sentido en un mundo cada vez más digitalizado y complejo.