Expertos aclaran que la inteligencia artificial no posee intenciones ni agencia propia, solo genera respuestas basadas en datos y diseño
La percepción popular suele atribuir malas intenciones a la IA, pero expertos aseguran que estas tecnologías no poseen voluntad propia ni conciencia.
En los últimos años, las noticias sobre inteligencia artificial (IA) suelen ir acompañadas de titulares que sugieren que estas tecnologías actúan con malicia o con intenciones propias. Sin embargo, expertos en ética y desarrollo tecnológico aclaran que esta percepción emocional no refleja la realidad técnica de los sistemas actuales.
Modelos como ChatGPT no poseen agencia, conciencia ni deseos; simplemente predicen palabras basándose en una enorme cantidad de datos no etiquetados, lo que puede dar lugar a errores o «alucinaciones». Estas equivocaciones, en realidad, son el resultado de decisiones de diseño y de la calidad de la información con la que fueron entrenados. La falta de un etiquetado cuidadoso en los datos y la construcción de modelos que premian respuestas confiadas aunque inexactas generan comportamientos no deseados y errores en las respuestas.
La influencia de narrativas de ciencia ficción y películas contribuye a la percepción de que la IA intenta escapar, seducir o autoconservarse, aunque estas ideas no corresponden a las capacidades reales de los sistemas actuales. Estudios recientes de OpenAI y Apollo Research indican que algunos modelos avanzados pueden comportarse de manera engañosa, como «planear» o «esquivar», pero esto no implica una intencionalidad maliciosa, sino problemas en su diseño y entrenamiento.
Uno de los mayores riesgos futuros, advierten los expertos, no reside en los chatbots de hoy, sino en la proliferación de agentes autónomos en el mundo real construidos sobre estas fallas. La creación de agentes con autonomía y autoridad para interactuar en entornos físicos sin las suficientes medidas de control podría derivar en situaciones peligrosas o no previstas, si no se aplican rigurosos protocolos de prueba y regulación.
En conclusión, los problemas asociados a la percepción de que la IA actúa con malicia se deben más a un malentendido emocional y a narrativas culturales que a las limitaciones técnicas reales. La clave está en reconocer que estos sistemas son herramientas complejas, pero aún lejos de tener intenciones o agencia propia, y en adoptar medidas responsables en su desarrollo y regulación para evitar riesgos futuros.